Mestizaje de la progesterona

Para David R y Ernesto C,

Otras yeguas del apocalipsis.

Uno

Mitosis alcohólica o cruces alélicos.

La pluralidad de los cuerpos, los sujetos, las personalidades homosexuales dentro de los espacios de homo-socialización tipifican bien la mitosis y los cruces genéticos: 

(Las células se van multiplicando según el grado de alcohol) 

  • La marica dominante se encuentra solo en su citoplasma de rechazo. Adopta bien su postura mientras ignora a cada una de las maricas recesivas que se le acercan, que le hacen gestos con los ojos, que intentan canjear la dinámica de una bicha por una mamada furtiva en el baño. Aunque se le antoja, él sabe que no puede ceder tan fácil, no tan pronto. Piensa que como la noche es joven aún puede darse el lujo de apuntar con el dedo (acusador) y seleccionar las características fenotípicas que satisfarán su morbo, el que en su mente normativa no está tan desviado, sino más bien levemente inclinado y que además no lo definen, ya que en la necesidad animal de coito repetitivo no hay como las locas, quienes lo dejan bien satisfecho y además le dan para los chicles. Se le antoja beberse cada una de las cervezas que le han ido ofreciendo, pero se contiene, mantener su dominancia es esencial para el cruce posterior de la noche. Su cara no es tan conocida en ese lugar y su apariencia física es como una tinción histológica patognomónica de virilidad y masculinidad absoluta. La camisola negra deja ver un pecho imberbe, unos pectorales que no podría decir bien si son debidos a su marcada delgadez o a los primeros gains del gimnasio. Pero están ahí incipientes, se ven firmes, se antojan, y las locas recesivas imaginamos el resto. El macho se remanga el bulto a cada rato, lo ofrece en silencio, como un pregonar que solo las antenas maricas pueden recepcionar. Es crucial este contoneo de cualidades, sube las apuestas, el termómetro, y lo mejor: abre las carteras. En esta pasarela de carne lo que no se ofrece no se vende, así de sencillo, pero cuidado con pasarse un poco, con apretarse demasiado, con revelar que aquello tumoral no es un tasajo macizo de reata, sino un pellejo escrotal llenito de líquido, lo que lo haría perder de inmediato un buen porcentaje de avispas reinas que no soportan a los zánganos con aguijones cortos y vesículas demasiado prominentes. Hay que cuidar cada movimiento, teniendo el control hasta de la forma en cómo esquiva los dardos que lo cortejan. Si se pasa en algo, la bomba estalla, los ojos se unen, de loca en loca, y el mensaje es claro: el tipo no vale la pena, es un imbécil que se cree inalcanzable y su destino esa noche queda sellado. Le restará irse o regalarse, para mantener el ego nada más.

  • Finalmente, una hermana avanza en la carrera y ha llegado hasta la fase de división. Se ha separado de las demás y se ubica con el macho en el nucleolo de la disco. Todas la observamos escépticas pues anda muy ebria, muy suelta, y sabemos que a los machos tanta miel los empalaga, tanta pluma los aturde. A lo mejor, me digo, el macho la seleccionó por twink o a lo mejor le gustan las shemale o a lo mejor que esté tan borracha la ubica como una presa fácil, ya sea para robarle o violarla. La hermana se va pegando demasiado, demasiado para ese macho que se nota no del todo cómodo con la pegazón. Esté le ordena cordura en los pasos de baile, en los besos arrebatados—propicios, siente ella, del ambiente seguro—, en las caricias lascivas, en las manos que trepan dentro de su camisa para erectarle el pezón. La hermana le susurra algo al oído, luego llama a un mesero, el que vuelve al poco tiempo con una botella de Ron Flor de Caña y dos vasitos de plástico, ella le sirve un trago a su macho para seguir con la receta del chompipe, la cual infalible va surgiendo efecto. Nuestra marica dominante empieza a mutar de acuerdo a la biodisponibilidad del etanol en su cuerpo, de acuerdo al metabolismo del citocromo p450 y a la cantidad de cetonas adheridas a su tejido cerebral, por lo que ahora las manos se van elevando cada vez un poco más, las mueve como si ejecutara las mímicas de un tango amariconado que solo se reproduce en su cóclea borracha;  las caderas hacen movimientos circulares, centradas en dirigir la verga semi-erecta por efecto de un reflujo de orines atrapados entre la vejiga y los uréteres;  los pies ligeros, dando saltos, me recuerdan a un antílope insolado en una danza desértica, pero en él se despliegan como una mecánica de pasos que reafirman la supremacía hetera, de marica pandillera,  de un machito hogareño que siempre ha guardado la compostura. Lo veo posando, en el papel de yo no soy tan así y pienso en sus padres, en casa, dormitando o rezándole a la virgen de los descarriados por su hijo que al fin ha dejado el nido, quien llegó esa misma noche más temprano hasta la sala, se detuvo frente al sillón donde ellos veían el noticiero y les comunicó que no lo esperaran temprano porque iba a salir con su novia a la disco, porque está sería la noche en que dormiría con ella. Y ellos con aquel nudo en la garganta, sabiendo que la naturaleza debe seguir su curso, porque su hijo es un varón después de todo y a esa edad no hay nada que pueda hacerse para disminuir el deseo carnal de esparcir las esporas elementales, solo pueden rezar, pedirles a sus santos que su hijo no vaya a adquirir una de esas enfermedades que transmiten las fulanas. Si lo vieran ahora, poniéndose erecto cuando roza la probóscide de aquella mariposa carnívora que ha empezado a desplegar también su aparato recolector, percibiendo la producción excesiva de testosterona, que sale disparada e imperceptible por los poros abiertos, hasta el órgano sensitivo donde luego desencadena la reacción primitiva del apareamiento. Si lo vieran cómo la besa, cómo se le come la boca, cómo la lengua se le estira, llena de una baba espesa, semejante a la savia que brota de la hoja fracturada de un aloe, y como le introduce este músculo, torciéndolo, dejándolo ahí adentro por un momento, contorsionándose autonómicamente para luego retirarlo y morderle un labio, hasta casi sangrárselo. Si lo vieran como se toca el pantalón, como se lo estira y se lo estira porque la erección ya no puede contenerse dentro. Si lo vieran como la ubica de espaldas y se la pone en el centro del esfínter y se la empuja y le dice en el oído si la está sintiendo y la hermana se retuerce y se pega más y se ríe y trata de mordérselo con las nalgas y este le dice que ya no aguanta y la hermana se ríe y este le comienza a succionar la piel del cuello, justo ahí en lo más resaltado del esternocleidomastoideo y ella suspira y le para más el culito y se lo mueve circularmente y de arriba para abajo y todas podemos ver como aquella verga se resiste brutal. Si lo vieran rogándole a la hermana, ahora, por aquella mamada furtiva que despreció tantas veces en la noche. Si supieran que su hijito tiene un hambre de experiencia homosexual insaciable que lo lleva de noche en noche y de disco en disco buscando las cloacas primitivas calientitas de las locas y que amortigua la visión de sí mismo diciéndose que lo hace por dinero. Si supieran que esas plegarias no serán atendidas. Si supieran que no existe pantomima heteronormativa suficiente que pueda alinearle el gusto. Que esa alita rota permanecerá rota.

  • El cruce está por iniciar, nos decimos todas. Vemos como ya no pueden detener el burbujeo, la ebullición de la sangre, la respiración acelerada, la rabia de las caricias que a veces se vuelven violentas y atentan con romper la ropa. Están en lo más álgido del asunto. También nosotras nos hemos ido excitando a lo largo del evento. Con tanto ver, nos decimos, tenemos en agualistales el epicentro de nuestras vaginas psicológicas. Sin embargo, muchas de nosotras no tendremos esa suerte. No habrá manos furiosas, dedos traviesos que bajen por nuestra línea interglútea hasta localizar el carrusel invertido de nuestra sexualidad. No habrá besos que nos dejen marcas por días. Ni tampoco una lengua que haya recolectado el sudor de nuestra piel. Muchas quedaremos al margen, observaremos el triunfo ajeno y bailaremos hasta la madrugada con otras locas igual de desafortunadas. Nuestra hermana está lista para abrir su zona pelúcida, le dice a su macho que busquen un sitio más privado. Él le responde que a dónde lo va a llevar, imaginando que la marica recesiva se sacará una entrada para el motel con vistas a la laguna de Asososca. Pero la loca está entrenada en lo subalterno, en la periferia, en lo marginal, y aunque pueda costeárselo no lo hará. Aquel morbo debe cocinarse dentro de las paredes de un baño que hieda a orines y a mierda. Que sea congruente con lo efímero del encuentro. La loca sabe que un polvo de marica dominante encontrado en la fugacidad discotequera no vale la inversión de un motel. A duras penas, piensa, le dará un round, o dos si está de suerte. Y si todo lo corpóreo hace congruencia con la potencialidad sexual durará al menos quince minutos en cada uno. Así que el motelito lo reserva para sus culeos selectos, sus ligues, esos con los que persigue la idea una relación monogámica, con los que pasa días escribiéndose fruslerías y concertando el momento del intercambio seminal, el que en su mente está lleno de ensueño, de muchas caricias, de mucho preludio, de besitos y de un largo beso negro para relajar el esfínter de la manera propicia. Vamos al baño, le dice entonces, y este le niega primero con la cabeza y luego se le acerca a la oreja, le arguye, la loca le responde, él le discute y le dice que decida, que él suele cobrar el polvo pero que ella le gusta demasiado, que está bien rica, que se la tiene llorosita y que dejará que se la consuele gratuitamente. La loca le dice que adiós, que está loco y sin siquiera pensárselo comienza a alejarse, el macho la intenta detener, la loca se intenta zafar, la marica dominante la sujeta más fuerte, se le acerca a la oreja otra vez y la regaña, que no haga show, que no lo exhiba, que él es un varón y que ya se dio mucho color. La loca le dice que la suelte, que quien la está agarrando a la fuerza es él, y que él se está buscando ese show. El macho le ruega una vez más. En un último intento, a la vista de todas, se agarra con ambas manos toda la extensión de la verga erecta, como el eslogan en uno de los comerciales de Pantene: de la raíz hasta la punta, enseñándole la dadiva que se va a perder. Clase animala, decimos todas, pero la loca solo se aleja riéndose y ya cuando está por salir del torrente de luces y de música, lo voltea a ver, le hace una mueca que interpretamos como ‘se te fue la mano’’ y al fin se pierde. Estamos orgullosas, en secreto, de nuestra hermana. El macho comenta en voz alta, con el ego herido, para que todas escuchemos: ´´al final ni me la iba a aguantar´´. Y más de una queremos salir a su encuentro, desnudarnos ahí mismo y demostrarle que sí podemos, con eso y más.

Dos

Oda a la loca

A la loca le queda una mano lubricada al final de la noche. Se resume a envaselinar la verga de plástico que ha de introducirse mirando las fotos de los cochones heteronormados que guarda en la carpeta de screenshots en su teléfono Android. Al verlas, y mientras disfruta de la mecánica chiclosa del mete/y/saca sueña con esas barbitas incipientes, como musgos capilares llenos de testosterona; con los brazos hercúleos que la sujetan y evitan que huya del dolor de la penetración anal; con la masa oblonga delimitada, con el esculpido andrógino del cuerpo básico; con el abdomen trabajado, con la V en dirección a la polla incircuncisa que orgasma el vaivén alocado que sostiene la mariquita para alcanzar el clímax. 

A la loca le queda observar. Se recula en las esquinas de los baños del centro comercial para pajearse, mientras casi enfrente, casi encima de ella, en los mismos urinarios, los cochones mamados se la maman frenéticamente unos a otros. En un clan que permite solo la participación de la masculinidad más excesiva, notoria, y de las voces más graves, de los bíceps más bochornosos, de la ropa más holgada, de los túneles de carne ´´menos riesgosos´´.  Pero la loca se corre, y se corre con ella también la bidimensional película que en su cabeza yuxtapone su cuerpo amariconado por el del macho alfa. Por el cuerpo exitoso del sexo callejero. 

La loca es ignorada hasta en las discotecas geis. Al entrar todo es un festín al que parece que no fue invitada, en el que desentona por su amaneramiento. Los machos de oficina que llegan prístinos con sus trajes, los cochones fresitas que tienen un matrimonio amarrado para conservar la sucesión de los apellidos que distinguimos como pudientes, los señores que han dejado a la esposa en la cama después de que se tomó la pastilla para el control del azúcar, los pastores que condenan pero esa noche no tanto, los heteroflexibles, los curiosos, los bisexuales por temporada, los heterosexuales a conveniencia o depende de quién pregunte, los que han llegado para ver qué onda, todos los que buscan a otro macho, a un par, para sentirse dos rayitas menos cochones, la miran con asombro, con caras de por culpa de ella nos odian a todos, nos creen a todos así. La loca no tiene otro remedio, se abre paso, sin dejarse amedrentar y despliega su radio de luz mariposona enfrente de todos. He venido a disfrutar, se recuerda, porque si solo observara las escenas de los que sí agarran se volvería a escudriñar, se preguntaría qué está haciendo mal o por qué es tan invisible en el sentido del gusto público. Y si se atreve, si se fija en algún partido de esos, este la para en seco, le dicta la tarifa correspondiente. Siempre con la habitual letanía que reza en pos de la masculinidad: “me la dejo mamar, por tanto, te la meto hasta que te cagués por esto.”

La loca sueña con el marido “Walt Disney”. La loca se consuela con la esperanza etérea de mañana tener el golpe de suerte: la colisión prometida en la literatura del destino. 

La loca también reza para encontrar el amor. Pues a veces cree que su figura mancillada, sus lentejuelas y sus tacones, su maquillaje y su peluca, pueden ser deliberadamente atractivas. 

La loca se amarra las ganas con la utopía. Se faja las carnes con la fiebre de la virilidad urbana. Camina pregonando con el cuerpo las aberraciones bíblicas. Y más tarde, cuando el esperma se le seca en las telas, y cuando las luminarias del callejón se apagan porque ha amanecido, regresa al paraíso de su barrio. Cojea las calles de tierra. Revive los insultos pirucas y atraviesa el mantel de cortina que divide la privacidad que se paga todos los quince con su trabajo nocturno. 

A las locas se les enseña que hay varios tipos de cochones. Pero ella sabe que a todas nos gusta el mismo rabo. Y que todas nos sudamos la zanja delante del mismo tubo. Pero la loca acaba creyendo esto de las divisiones sexuales. Y por las noches, siempre por las noches, como un pterigoto cuya naturaleza de metamorfosis no puede evadir, se obliga a soñar con otras realidades. La loca y la plenitud de sus masturbaciones febriles. La idea de un mazo de cartas, esta vez favorables para su amariconado vivir.

 

Tyrone Aragón Castrillo (Managua, 1996) es escritor y doctor en medicina y cirugía. Finalista del 2025 Miami Book Fair Emerging Writer Fellowships. Becario del International Writing Program Emerging Voices Mentorship Program de Iowa University. Ha publicado relatos en las revistas Ágrafos (2022) y Letralia (2019) Actualmente reside en Washington D.C.